jueves, 15 de marzo de 2018

V Domingo de Cuaresma


V Domingo de Cuaresma - Año B                                   Jn 12.20-33

Para entender bien el Evangelio de hoy, es necesario enmarcarlo en lo que viene inmediatamente antes, es decir, la resurrección de Lázaro y la entrada triunfal en Jerusalén. Estamos en la línea divisoria de las dos grandes partes del Evangelio de Juan, las señales y la gloria. La culminación es Marta que confiesa la verdadera fe en Cristo: ella en un hombre, en el Maestro, descubre al Hijo de Dios. Esta es la contemplación verdadera, ver una realidad más profunda.
Precisamente de esto se trata. El pasaje de la entrada a Jerusalén puede dar lugar fácilmente a una incomprensión total de la obra de Cristo como una mera realización de las expectativas mesiánicas que satisface aquellos que estaban esperando la restauración del reino de David. Sin embargo, esto sería una glorificación entendida en un sentido puramente humano, es decir, detenerse en la superficie, limitándose a ver lo que se quiere ver y lo que se espera ver.
En este escenario se avecinan algunos griegos, probablemente los mismos que los que se habla en los Hechos de los Apóstoles (cf. por ejemplo, Hechos 17) o sea algunos griegos que se han acercado a la fe y la religión judía, pero no están circuncidados y por lo tanto viven la religión de Abraham, es decir, la Alianza, desde el exterior. Llegaron para la Pascua, y viendo el triunfo de Cristo en Jerusalén se acercan y quieren ver.
El verbo utilizado es orao (Jn 12, 21) y no blépo, que se limitaría a un simple ver, mirar, constatar cosas. Aquí realmente se quiere enfatizar el ir más allá, buscando algo más detrás de la superficie inmediatamente perceptible. Es un verbo que se usa en algunos pasajes interesantes de los Evangelios, por ejemplo, (Cf. Mt 11,7; Lc 7:24) "¿Qué salisteis a ver en el desierto?", "Muchos quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo han visto "(cf. Lc 10,24)," ¿Qué señal nos das para que podamos ver?”(cf. Jn 6:30). Y el uso más significativo de ese verbo está en Jn 20.8 "Entonces el otro discípulo que había llegado primero a la tumba también entró, vio y creyó".
Estos griegos, prosélitos que - como vemos en los Hechos de los Apóstoles - no se dejan detener por lo que dicen los judíos sobre Cristo, siendo ellos libres de la ley y de la tradición quieren ir más allá de todo esto y esto es lo que ellos piden ver. Después Cristo habla sobre la glorificación que sucederá en la cruz cuando se cumplirá el plan del Padre y Él estará en el Padre. Porque la persona se manifiesta cuando muestra cuál es su verdadera vida, es decir, en sus relaciones. Y lo que sucede entre una persona y Dios no es perceptible para el ojo superficial.
Este más allá es precisamente la transfiguración en el monte, es el ver más allá de lo que percibimos bajo el aspecto físico, psicológico o social. Si su verdadera vida es bios, lo que en Juan es la vida del cuerpo, entonces la persona es lo que vemos en el cuerpo, y termina cuando el cuerpo termina.
Si la vida es psiché, usado aquí para decir: "El que ama su vida" (Jn 12,25), es decir, este deseo de vivir la vida biológica, la vida del mundo, todo se reduce a nuestro deseo de poder vivir bien en este mundo y este deseo está destinado a no sobrevivir, dejando así decepcionados a aquellos que han enfocado su vida sobre esta expectativa.
Pero la vida verdadera, la vida eterna es z, la vida como relación filial con el Padre, la comunión del Hijo con el Padre.
Para Felipe, que va a decirle a Jesús que algunos griegos lo quieren ver, Jesús da una respuesta que a primera vista no corresponde a la pregunta, pero en realidad abre el único camino del conocimiento, el camino pascual. Para conocer no existe otro camino más que el amor y el amor se vive sólo de manera pascual.  No se puede amar si no es sacrificándose.  No se puede amar si no es entregándose. La persona no es solamente el cuerpo, no está sujeta al cuerpo sino que se expresa con el cuerpo.  La persona tiene la capacidad de ofrecer su cuerpo. Glorificar en Juan significa que la propia vida revela la realidad del otro, lo que cuenta del otro. El Hijo del hombre será glorificado en la cruz. Por lo tanto, Jesucristo será conocido a partir de su resurrección. No sólo eso. Serán los bautizados, los resucitados que darán a conocer a Cristo. Cristo todavía hoy da fruto, son los brotes de su muerte porque el amor dura para siempre y cuando uno se ha gastado en el amor a los ojos del mundo muere, pero de hecho el amor lo hace resucitar y son muchos los que salen de las aguas bautismales, mujeres y hombres nuevos, el cuerpo de Cristo resucitado. Aquí se esconde una gran verdad sobre la misión de la Iglesia, sobre lo que es la evangelización y lo que significa hacer conocer a Cristo. Las páginas de la historia de la Iglesia son el mejor comentario sobre esta palabra del Señor. Cada vez que se ha elegido una proclamación exitosa, se ha permanecido estéril y cuando las aciones de la Iglesia se basan sobre la vida de Cristo, sobre su Pascua, la Iglesia ha sido coronada con la fecundidad. 
El Salmo 126 nos dice que los que siembran entre lágrimas cosecharán entre cantares (Crf. Sl 126,5) y esto lo saben muy bien los judíos que sembraban en todas partes y no sólo en el terreno preparado (cf. 13, 1-23, Mc 4, 1-20, Lc 10: 25-37) y también es verdad que cuando se recoge el fruto se goza. Cuando intentas tomar la vida en tus manos y manejarla, te das cuenta de que inevitablemente vas a la muerte (cf. Is 66.24). Si eres libre frente a tu vida y dejas de ser tú el epicentro y pones a otro en primer lugar - esto es ser persona.- este amor salva tu vida de la muerte. La manifestación del hombre según Dios, es el don de sí mismo, como el grano de trigo que cae en tierra y muere. Ofrecer la propia vida, convertirse en un don total, es la gloria del hombre. Si envuelvo mi cuerpo en el amor acogiendo un rostro que me llama, el rostro Dios en el rostro del hermano, mi cuerpo será destruido pero mi persona vivirá e incluso este cuerpo volverá a la vida, a un nivel nuevo, superior, diferente. Como es diferente el brote que surge del grano de trigo. O bien la persona vive una vida que es sólo este deseo de vivir o es la acogida de una vida que se nos entrega de otra manera. Si yo pierdo esta vida por amor, la ofrezco, es entonces que la encuentro en toda su plenitud.
La vida según la naturaleza nos encierra en nuestro yo para vivir de acuerdo con la naturaleza, para salvarnos a nosotros mismos. Quien intenta salvar su vida con sus propias fuerzas, pierde su vida. La vida que el Hijo nos participa es la zoé (vida eterna) de Dios. La que se nos da es la vida que se identifica con la ofrenda de uno mismo por amor.
 P. Marko Ivan Rupnik


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